Alejandra: La ambivalencia del cine

"Para mí se trata de que no te coloquen en el subgénero de directora mujer."

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texto Mariana Arriaga
fotografía Viridiana

Con 42 años de edad, Alejandra Márquez Abella ha escrito y dirigido cuatro películas, además de algunos cortometrajes y episodios de series. Todo comenzó con su debut en 2015 con Semana Santa, cuando solo tenía 33 años. Desde entonces, ha ido labrando su carrera en el cine, encontrando su propia voz en cada proyecto.

 

Nos conocimos en 2016, después del Festival Internacional de Cine de Morelia, pero no fue allí donde nos encontramos. Ambas volamos de Morelia a Ensenada para la boda de mi primo Alan, de quien Ale es amiga de la infancia. Fue en ese evento en donde resultó natural que nos presentaran, ya que yo también estaba empezando una carrera como directora con apenas un cortometraje filmado.

 

Su película Semana Santa había generado mucho ruido en los festivales, así que decidí verla cuando volví a México. Desde entonces, no he dejado de ver su trabajo y se ha convertido en una especie de modelo a seguir en mi propia carrera como directora. Y es que Ale y su generación han allanado el camino en la industria del cine para las que venimos detrás.

 

En 2018, Márquez llegó a Morelia con su segunda película, Las niñas bien, que presentó poco antes de dar a luz a su segunda hija. Esta película, que muestra el mundo de las mujeres de la alta sociedad mexicana en la crisis de los 80, no sólo atrapó al público local, sino que también conquistó a audiencias internacionales. Con El norte sobre el vacío, su tercer largometraje, Ale nos lleva al mundo del desierto y el Norte, contando la historia de un hombre que lucha por proteger su tierra y a su familia luego de las amenazas provenientes de una organización criminal. Esta película le valió el Premio Ariel a la Mejor Película de Ficción de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. Su más reciente filme, A Million Miles Away, es el primer proyecto estadounidense que dirige, y el más ambicioso en cuestión de presupuesto. Lo hizo en colaboración con Amazon y narra la vida de José M. Hernández, primer astronauta mexicanoestadounidense.

 

En casi todas sus películas, excepto esta última, Ale nos presenta personajes complejos y, a veces, moralmente cuestionables, desafiándonos a empatizar con ellos. Su carrera también se ha caracterizado por su compromiso con la igualdad de género, tanto en sus proyectos como en la formación de sus equipos. Para mí, Alejandra representa la dedicación y la perseverancia. Lo que más admiro de ella es que no se define sólo como directora, sino que también es madre, amiga, colega, pareja. Ha logrado equilibrar su vida personal y profesional de manera admirable, inspirando determinación en quienes la rodeamos o la seguimos.

MARIANA ARRIAGA (MA): ¿Cómo has sobrellevado los últimos años? Te aventaste dos proyectos muy seguidos: “El norte sobre el vacío” y “A Million Miles Away”.

 

ALEJANDRA MÁRQUEZ (AM): Tres en realidad. Efectivamente fueron esas dos películas, y recientemente terminé de filmar una serie que se llama La liberación. No he parado en los últimos años. No sé cómo le hice, con bebés además naciendo —tengo dos, uno de 10 años y otra de cinco—. Mi hijo nació cuando estaba levantando mi primera película, y de mi hija me embaracé cuando estaba haciendo la segunda, en el proceso de postproducción.

 

MA: ¿Filmaste embarazada?

 

AM: No; en la primera ocasión mi hijo cumplió un año en el set. Estábamos en Acapulco, en Caleta. Mi segundo embarazo me agarró haciendo el proceso de diseño y mezcla de sonido. Me acuerdo perfectamente de que durante la mezcla tenía que estar con mis galletas y mi agua mineral. Tenía muchas náuseas. Pero bueno, así ha sido y lo he disfrutado. Ahorita estoy editando La liberación.

 

MA: Tengo muchas ganas de verla, he escuchado que es un proyecto muy divertido, se ve que gozaron el rodaje.

 

AM: Es un proyecto muy loco, como un Charlie Kaufman en México, entre mujeres. Y estas locas están increíbles —Ilse Salas, Cassandra Ciangherotti, Johanna Murillo—. Filmamos 13 semanas y, aunque fue un rodaje intenso, estuvo muy divertido.

 

MA: ¡Cómo le haces! Con siete semanas de rodaje, yo ya no quería volver a filmar. Acabé exhausta…

 

AM: Ahorita sí estoy un poco como tú. Espero no filmar nada este año y tomarme una pausa en lo que desarrollo lo que viene.

 

MA: ¿Cuánto te toma escribir cada proyecto?

 

AM: Cada vez me toma menos tiempo, en general escribo muy rápido. Tengo fama de ser muy veloz escribiendo, y siento que, conforme pasa el tiempo, le voy agarrando más y más.

 

MA: Yendo un paso atrás, ¿qué te llevó a estudiar cine en Barcelona?

 

AM: Tomé un taller de fotografía cuando tenía 10 años y siento que ahí se me prendió algo en mi alma muy fuerte, y continué con la foto fija a lo largo de mi adolescencia. Vengo de una familia que está muy vinculada con la literatura: mi papá es poeta e historiador. Los libros en mi casa siempre fueron algo importante. Hay algo en ese vínculo que coincidió con el cine —quizá es más fácil explicarlo después que antes.

 

La decisión de Barcelona fue casualidad. Estaba en Francia y me iba a regresar, acabé en Barcelona un fin de semana. Descubrí una escuela de cine, y coincidió que tenía unos amigos que iban en esa escuela. De alguna forma fue la vida la que me llevó ahí. Tomé la decisión más radical y más segura que he tomado en mi vida. Estaba convencida de querer quedarme ahí los siguientes años.

 

Ahora siento que mi vínculo con el cine tiene que ver más con domar los misterios del mundo. Siempre me ha parecido que la vida es muy misteriosa y eso me da mucha ansiedad; me abruma que las cosas no tengan sentido. Para mí hacer una película es darle sentido a un universo cada vez. En cada película uno crea un universo al que le da sentido… por ejemplo, con El norte sobre el vacío pensé: ahora vamos a ir al Norte a encontrar la lógica del universo de las armas.

 

MA: Y habiendo estudiado en Barcelona, ¿cómo levantaste en México “Semana Santa”?

 

AM: Salí de la escuela en Barcelona jurando y perjurando que no iba a hacer ninguna película porque eso de ser cineasta era muy complicado y yo me conformaba con ser parte del mundo de la publicidad. Ni siquiera decía el cine; con el hecho de que pudiera estar en un rodaje me bastaba. Y empecé a chambear en publicidad y en campañas de imagen, así empecé a filmar. Hice un documental que se llama Mar de tierra, y en mis ratos libres empecé a escribir Semana Santa; para cuando me di cuenta, ya tenía un guion terminado.

 

Mi gran amigo Gabriel Nuncio me dijo que conociera a Nicolás Celis —en ese momento era un productor reconocido por varios proyectos, chicos, en los que hacía un gran trabajo levantando los fondos para llevarlos a cabo—. Nos presentó, nos hizo un blind date, pero pocos días antes de verlo me di cuenta de que estaba embarazada de mi primer hijo. En ese entonces no entendí qué tipo de reunión iba a ser esa: fuimos al Sanborns de los Azulejos y le dije “hagamos algo imposible, más imposible aún”, y enseguida, como si fuera mi novio, “pero te tengo que decir algo… estoy embarazada”. Nico me miró y me dijo: “¿Y? ¿Cuál es el problema?”. En ese momento me di cuenta de que había que aventarse a hacerlo. Así que aplicamos a EFICINE, pedimos un monto bastante bajo porque en realidad era una película muy pequeña. Habrán sido como dos millones de pesos. Cuando mi hijo tenía tres meses nos aprobaron el proyecto. Siete meses después, empezamos a filmar, y él cumplió un año en el set.

 

“Hay que aceptar que no somos quienes queremos ser, sino lo que somos. Así de simple. Y entrar al mundo del arte tiene que ver con quienes somos, no con quienes queremos ser.”

MA: ¿Cómo fue la experiencia de hacer una primera película con un bebé de un año?

 

AM: Siento que la maternidad y el cine van muy bien porque los niños te delimitan los horarios muy claramente. Entonces, si tienes seis horas para trabajar, pues tienes seis horas para trabajar: no tienes más. Y hacer una pre en ese contexto hizo que todo fuera súper ordenado, hubo mucha estructura. Las niñas bien, por ejemplo, la hicimos cuando Ilse tenía a su hijo chiquito de cuatro meses. Estaba lactando en el set, teniendo que hacer a una mujer de sociedad. Necesitas mucha complicidad con tu gente, y que tengas un productor o productora que te diga “tranquila, esto [la maternidad] no es un problema”.

 

MA: Dirigir es muy solitario, yo lo hago con mi hermano. ¿Tú en qué figura te apoyas?

 

AM: Creo que hay que pensar siempre holísticamente. Como directora no puedes solamente pensar en el rodaje y omitir los otros procesos; hay que entender de qué se trata esa soledad. El rodaje es un acto performático, tienes que llegar a desempeñar un papel y todo mundo en el set va a estar mirándote. Hay todo un equipo que está a la expectativa de qué vas a decir y hacer, y se espera que haya total claridad. A veces no se cuenta con esa claridad y hay que hacer, como decimos nosotros, corte a llorar. Para mí el rodaje es un momento de mucha soledad.

 

Otras veces pasa que hay muchas voces y tú como directora tienes la decisión final. Hay que tomar esa decisión como una responsabilidad, y no como un acto autoritario.

 

Cualquier cosa que yo decida ahí va a tener consecuencias, y esas consecuencias van a ser mi responsabilidad. Hago el ejercicio de imaginarme a mí misma sola, dos meses adelante en el tiempo, o con el editor o la editora, diciendo: “pero qué hice, qué es esto”. Me trato de desprender de mi cuerpo y me voy; entonces no importa qué me están diciendo los demás. Se vuelve más fácil: uso esa soledad a mi favor.

 

En el set casi siempre tengo a Dariela, mi fotógrafa y, como yo la llamo, también mi esposa del set. Nos gusta llegar a desayunar temprano, y platicar cómo estamos, hablar de nuestras relaciones de pareja, chismear en general. Y fingir que estamos hablando de grúas y cosas muy importantes para que nos dejen cotorrear a gusto de cremas y shampoos. [risas]

 

MA: Admiro mucho que has encontrado un crew de mujeres con las que trabajas en cada proyecto. Creo que has hecho un impecable trabajo construyendo tu familia de set.

 

AM: Sí, nos disfrutamos mucho y también siento que mi máxima de disciplina (porque soy una mujer muy disciplinada), es que tiene que haber goce, que tiene que haber una remuneración constante del esfuerzo, porque si no, lo vas a abandonar. Por eso cada día de rodaje, en el que es horrendamente horrible despertarte a las 5:00 h para filmar, tiene que ser un día en el que al final pienses “me la pasé bomba” o “hice algo chido”: tienes que regresar con el corazón lleno.

MA: ¿Cómo es tu forma de dirigir?

 

AM: Creo mucho en el liderazgo a través del amor. En La liberación, después de tres meses filmando (lo cual es demasiado), empecé a ver a los hombres cuchareando, dándose abrazos, o diciendo “bebé, cómo estás, tráeme el cinco mil”, una dinámica muy tierna entre todos y todas. Es lindo trabajar en un set armónico. Tener un poco de humanidad y acercarte al crew a ver cómo están, cómo están sus familias: dirigir desde un lugar de amor.

 

MA: Me imagino que hay algo de ti en todos tus personajes, pero, ¿hay alguno en el que te sientas más reflejada?

 

AM: Sí claro, yo diría que tengo dos vertientes. Uno es Pepino, el niño de Semana Santa, porque tengo esa misma cosa de precocidad, de adultez infantil. Y ahora en La liberación me pasa con sus personajes, sobre todo con el de Johanna Murillo, que interpreta a Sol, una mujer que trabaja en cine y que tiene que lidiar con ser mujer en esta industria… ahí se me cruzan los cables con ese personaje.

 

MA: ¿Cómo has vivido ser mujer en esta industria? He observado cómo has empujando desde los inicios la creación del movimiento #YaEsHora, el cual busca la equidad de género en la industria audiovisual. ¿Has visto alguna diferencia desde tu primer largometraje al día de hoy?

 

AM: Siempre lo comparo con la experiencia de cuando te vas a estacionar y el viene viene te está ayudando, y ves su cara de decepción de antemano, pues piensa: “uy, esta vieja no la va a armar”. Esa mirada de derrota antes de tiempo es muy dura. Es duro que la gente no espere nada de ti porque eres mujer. Hay algo que se preconcibe con nosotras en cualquier espacio, y en el cine, sin duda, también pasaba. Hemos ido rompiendo bastante. Todavía hay veces que la gente se acerca diciendo: “qué padre, qué buena mujer directora eres”… como si eso fuera un subgénero. Mi chiste nuevo es que vamos a empezar a aceptar hombres en el cine femenino. Para mí se trata de romper con eso y de que no te coloquen en el subgénero de directora mujer.

 

MA: ¿En algún momento de tu carrera has terminado tan agotada que desearías no volver a filmar nunca? Lo pregunto porque recientemente dirigí mi primer largometraje y acabé pensando que quizá nunca recuperaría la energía para volver a un set.

 

AM: En realidad nunca he tenido una buena relación con el rodaje, a pesar de que nadie me cree cuando digo eso porque filmo mucho, pero me ha costado mucho trabajo. Siempre me he considerado más escritora que directora, y me parece que dirigir es seguir escribiendo, que dirigir es escribir con otros instrumentos, pero es el mismo ejercicio. No disfruto esta cosa de barco pirata que tiene el cine, esa cosa de sobrevivir y ser el más guerrero, no va conmigo. Es justo lo que no disfruto, pero siento que, con los años, he ido encontrando mejores maneras de estar.

 

Por ejemplo, ahora como muy bien en el rodaje, me organizo. Antes no me alimentaba decentemente durante los rodajes, hasta que entendí que es fundamental. He ido aprendiendo a pedir lo que necesito, cosa que antes no hacía. Se trata de ir encontrando las maneras de disfrutar cada día de rodaje, y respetar las horas de descanso también. Sin embargo, con la filmación de La liberación me dieron ganas de no filmar, al menos, durante este 2024.

 

MA: Entonces, ¿el proceso que más disfrutas es la escritura?

 

AM: Me gusta muchísimo. La edición me angustia siempre, creo que las películas se hacen en edición completamente, así que es demasiada presión la que se carga durante esa etapa. Me da risa que a veces los actores creen que la etapa donde son más susceptibles a los exabruptos de los directores es durante el rodaje, pero no, es durante la edición. Ahí es donde realmente son marionetas que vamos a manipular como nos dé la gana. Ese proceso está lleno de riesgos. Es ahí donde todo el trabajo previo amarra o no. Disfruto también muchísimo el proceso de sonido. Es como mi edredón, siento paz cuando ya llegué ahí, a esa casi última fase.

MA: ¿Cuál ha sido tu proyecto más retador?

 

AM: Es difícil decidir cuál, aunque yo creo que… han sido todos. Cada uno de ellos ha tenido sus cosas. Semana Santa, por un lado, porque fue enfrentarme a una primera película, y eso es aterrador. Todo en ese primer largometraje es nuevo y desconocido. Aunque ya hayas hecho cortometrajes, la experiencia del primer largometraje no se asemeja a nada. Las niñas bien fue mi primer desliz de locura. Pensé: “voy a hacer lo que se me dé la gana y no me importa”, y eso fue muy retador. Viví un año en un constante ataque de pánico de decir: “qué estoy haciendo y a quién le va a importar esto”. Fue muy difícil emocionalmente.

 

También siento que hay una cosa con la edad que va cambiando. Me sentía más insegura en ese momento, sentía que tenía que demostrar más cosas en el mundo. El segundo largometraje es siempre muy duro, no hay manera de tomárselo a la ligera porque son muchos años de tu vida. He sentido que con la edad me he ido desprendiendo (aunque no del todo), del deseo de ser reconocida: que alguien piense algo, que un festival te elija, ganar premios. No puedo decir que ya me desprendí del todo, pero sin duda eso tiene mucho menor peso hoy que cuando iba empezando. Aunque quien diga que no le importa poner su Ariel, miente. Yo tengo el mío ahí, ¡mira! En el centro de la sala.

 

MA: Tuiteaste que, salvo “Semana Santa”, todos los demás proyectos empezaron con un contundente no en tu cabeza. En qué momento pasaste del no al sí.

 

AM: Híjole. Semana Santa fue mi bebé, yo lo creé. Las niñas bien, cuando llegaron a proponérmela, pensé: “cómo se te ocurre que voy a tocar el libro de Guadalupe Loaeza, ese concepto de libro de alberca de Tepoztlán”. Y luego de inmediato me dije que no podía ser tan esnob, de ese mundo vengo yo también. Hay que aceptar que no somos quienes queremos ser, sino lo que somos. Así de simple. Y entrar al mundo del arte tiene que ver con quienes somos, no con quienes queremos ser.

 

En ese entonces estaba en una etapa de mujer insegura, y quería demostrarle al mundo que era una gran artista, seria, formal, a la que le importaban los temas cabrones. La idea inicialmente no empataba con eso. Cuando pasé esa barrera de tontería, pude empezar a hacer algo que yo sentía que podía ser más relevante, no en el sentido público, sino pensando en mis tías como público. Me cuestioné qué buscaba yo que ellas sintieran al ver la película, porque me parece muy importante tener un espectador en tu imaginación. Hago películas, por ejemplo, pensando: “ésta es para mi tía Lourdes, ésta es para mi primo Javier, pa’ que la vea y sienta algo, ésta es para los niños de San Luis Potosí que agarran jitomates”. Siempre, como narradora de historias, quieres que lleguen a esas personas.

 

Con El norte sobre el vacío, no veía el punto de andarme metiendo en historias de narcos. Eso no tenía ninguna conexión conmigo. Hoy en día no me parece que sea una historia de narcos —esa lectura simple que todo mundo hace al principio, me hacía creer eso—. Pero no, se trata de una indagación que abre muchos planteamientos sobre de quién es la tierra y cómo nos relacionamos con ella… es más existencial, pero bueno, también fue no al principio.

 

A Million Miles Away es la historia de un astronauta, una historia muy linda. Siempre me he sentido más cómoda con los personajes deleznables, con los villanos más rotos. Aquí se trataba de cómo hacer la película de un héroe total, de alguien a quien no le puedes criticar nada. Soy una obrera cinematográfica y me considero alguien que puede resolver cualquier reto cinematográficamente.

MA: Cómo fue dirigir una película de estudio gigante, en Estados Unidos…

 

AM: Fue muy distinto y al mismo tiempo muy igual. Toda la producción era gringa, el estudio era gringo. Es muy heavy tener tanto dinero sobre tus hombros; teníamos un presupuesto 10 veces más grande de lo que yo había tenido nunca. Eso te da agorafobia. Le fue muy bien y cumplió con todo lo que tenía que cumplir, siento que ha sido una belleza de proyecto: fue una prueba superada. La post de esa película fue lo que más distinto sentí, tener notas de estudio tan tan heavies, tan imponentes, es fuerte.

 

MA: ¿Cómo fue recibir notas de tantas voces? ¿Cuál fue el aprendizaje más importante?

 

AM: El gran reto y el gran aprendizaje fue tener la personalidad para sostener mis ideas, para no tenerle miedo a la confrontación, confrontar a tu patrón de una forma inteligente y sensata en la que tu ego no esté atravesado, haciendo contorsiones. Esa parte es muy difícil. Al final me fue muy bien y creo que todos quedamos amándonos y muy contentos.

 

MA: ¿A tus hijos les gusta el set?

 

AM: Nacieron ahí y han vivido su vida en ellos, pero hasta ahora lo empiezan a disfrutar. Durante este último rodaje de La liberación, les tocaba venir los sábados (porque el sábado sí se trabaja en México) a las cinco de la mañana. Y cada uno ha ido encontrando su lugar, lo que más les llama. Mi hijo terminó en el camión de vestuario cosiendo, aprendiendo a poner botones, entendiendo qué hacen ahí y cómo funcionan, mientras que mi hija chiquita en maquillaje, obviamente.

 

MA: ¿Y crees que en un futuro les llame la atención?

 

AM: Mi hijo mayor lleva ya un tiempo escribiendo un guión. Es muy clavado, también hace música, es muy curioso. No sé qué va a acabar siendo.

 

MA: ¿Qué haces en tu tiempo libre? ¿Tienes?

 

AM: No tengo tanto tiempo libre, me gusta mucho leer, me gusta mucho pasar tiempo con mis hijos haciendo nada. Soy una mala mamá de crayolas y actividades; nos gusta estar echados en pijama.

 

MA: ¿Qué proyecto tienes en puerta?

 

AM: Voy a hacer el spin-off de The Morning Show. Lo voy a desarrollar; entonces es un proceso de escritura que apenas voy a empezar.


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