Pedro Ramírez Vázquez

Se trata de un joven país, un joven arquitecto que tiene una relación cercana con el poder, y una ciudad en reconstrucción: un lienzo en blanco.

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texto Cristina Padrés
fotografías Ramírez Vázquez y Asociados

 

Estudió en la Secundaria Cuatro, en un momento en el que la educación pública no podía ser más idílica. Por ejemplo, su maestro de historia fue el poeta Carlos Pellicer. El último día de clases, Pellicer, en un momento que hoy resulta clave y decisivo para la historia de la arquitectura y el urbanismo en México, hizo un relato de la vida ateniense y de la Acrópolis. A Ramírez Vázquez esta plática lo sacudió completamente, ya que tuvo la oportunidad de observar por primera vez la trascendencia social de la construcción: el valor de la convivencia en la Acrópolis, la razón de ser de las plazas, el uso de los espacios en la arquitectura. Fue tal su impresión, que al final de la clase tuvo que decirle al maestro que había pensado inscribirse en leyes (como sus hermanos), pero que en ese momento se encontraba confundido. El poeta lo encaminó a la arquitectura.

 

Desde que ingresó a la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM en 1939, estuvo bajo la tutela de José Luis Cuevas (autor de la urbanización de la colonia Condesa, Polanco y Lomas de Chapultepec). Ramírez Vázquez ha reconocido lo fundamental de la influencia de Cuevas sobre él.

 

Durante una charla que tuvo en la UAM en 1985, recordó cómo dio inicio a su carrera profesional al convertirse en el responsable del diseño, construcción y dirección de las escuelas rurales en el estado de Tabasco: “Entraba a las reuniones como ‘canchanchán’, llevaba los planos del maestro Cuevas, cuando en una de esas reuniones nos fue informado que el responsable de Tabasco había cancelado de último momento. En esta ocasión me hallaba atrás de él, cuando oí que se decía cuán difícil iba a ser que alguien aceptara ir a Tabasco en tales condiciones. Entonces le toqué el hombro a Cuevas diciéndole: ‘Maestro, yo voy. Volteó y me dijo: ‘Bueno, que te valga, muchacho. Enseguida se dirigió al secretario: ‘Tengo un candidato: el arquitecto Ramírez Vázquez, fíjese en él. Don Jaime Torres Bodet, en aquel entonces secretario de Educación bajo el régimen de Ávila Camacho, se me quedó viendo y preguntó: ‘¿Usted ya se recibió?Le contesté que sí, que me había recibido en diciembre; estábamos en febrero. Todos guardaron silencio. El maestro Cuevas dijo que respondería por mí, con lo cual don Jaime asintió”.

 

 

Así fue como comenzó, a los 25 años de edad, la vinculación de su carrera con la educación. Doce años más tarde, cuando Torres Bodet regresara a Educación en el sexenio de López Mateos, se lanzó la construcción masiva de las escuelas prefabricadas en todo el país. Durante esta época, Ramírez Vázquez creó la aula casa rural, propuesta que se basa en la prefabricación industrial “con normas básicas del espacio por alumno” y en la facilidad para transportar los elementos estructurales y construirlos. Sus soluciones fueron adoptadas por la UNESCO y alcanzaron reconocimiento internacional al ganar el Gran Premio de la Trienal de Milán en 1960. Sin embargo, lo más importante es que su diseño se materializó en más de 35 000 unidades repartidas en 17 países, entre ellos India, Indonesia, Italia, Filipinas y Brasil.

 

Las estructuras prefabricadas también fueron utilizadas en más de 15 mercados construidos en dos años, de 1955 a 1957, y dentro de los cuales se encuentran los más emblemáticos de la ciudad de México: La Lagunilla, Coyoacán, Azcapotzalco, Tepito, Balbuena, entre otros.

 

No cabe duda de que la innovación de las estructuras fue un punto clave que lo puso en el mapa. A esto se le agrega su pericia para elegir a sus colaboradores. Por ejemplo, durante décadas hizo mancuerna con Rafael Mijares Alcérreca, coautor de sus obras más emblemáticas durante los 60 y 70. Pero también su íntima relación con el poder (el hecho de que haya diseñado la casa de López Mateos cuando éste era secretario del Trabajo antes de asumir la presidencia, probablemente sea clave en su carrera) lo hicieron el arquitecto consentido de la época. La combinación de estos factores, aunados, por supuesto, a su talento, dieron inicio a la “arquitectura patriótica” que habría de desarrollar desde entonces.

 

Jaime Torres Bodet, ya como secretario de Educación durante el sexenio de López Mateos, tuvo la preocupación de crear un sistema de museos, y así Ramírez Vázquez tuvo la oportunidad de realizar el Museo de Ciudad Juárez, la restauración del Museo de la Ciudad de México, la instalación del Museo del Virreinato de Tepozotlán, la Galería de Historia, el Museo de Arte Moderno y el Museo Nacional de Antropología.

 

En 1962, cuando se tomó la decisión de construir un museo de antropología en México, Torres Bodet le dijo al presidente López Mateos: “indique usted al arquitecto qué es lo que espera del Museo Nacional de Antropología”. Se dice que López Mateos lo pensó un momento, y respondió: “quisiera que fuera tan atractivo, que los mexicanos, al salir de él, se sientan orgullosos de serlo”. Por supuesto, para este momento estaba decidido que el arquitecto iba a ser Ramírez Vázquez, pues había superado la prueba de fuego que Torres Bodet le había puesto un par de años antes: la Galería de Historia. La construcción empezó en febrero de 1963 y se terminó en tan sólo 19 meses.

 

 

Al poco tiempo vino el proyecto del Estadio Azteca, resultado del concurso que convocaron los propietarios de tres clubes de futbol, quienes habían adquirido un terreno en la calzada de Tlalpan. Los otros arquitectos invitados fueron Enrique de la Mora (creador de edificios como la Bolsa Mexicana de Valores y la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM) y Félix Candela (quien realizara el Palacio de los Deportes y con quien había colaborado en el diseño de los mercados).

 

El reto del diseño del estadio era que tenían que caber 100 000 espectadores con visibilidad perfecta. La capacidad fue determinada por un estudio financiero previo. Sin embargo, no estaba determinado si tenían que ir sentados o no. El arquitecto menciona en su libro Ramírez Vázquez en la arquitectura que de los tres proyectos presentados, el de mayor calidad plástica era el de Félix Candela. Se trataba de unas cubiertas de cascarón (de concreto armado) muy atractivas y bien resueltas. Sin embargo, el sistema obligaba a disponer de algunos apoyos verticales en la tribuna alta, que, a pesar de ser muy esbeltos, eran un obstáculo para la visibilidad de algunos espectadores.

 

Finalmente, lo que llevó al jurado a resolver el concurso a favor de Ramírez Vázquez y Rafael Mijares, fue el planteamiento financiero que hicieron. Ellos incorporaron al proyecto tres pisos con 568 palcos que aprovechan el paso a cubierto (debajo de las tribunas) y cuentan con estacionamiento privado. Este planteamiento hizo posible la preventa de los palcos y el inicio inmediato de la obra. Salvador Pinoncelly comenta en un artículo publicado en Excélsior en 1966: “El Estadio Azteca refleja claramente, según creo, la sociedad mexicana y el deporte del futbol. Hay una clasificación de espacialidades de acuerdo con las posibilidades económicas, pero también hay un elemento democrático, pues todos los espectadores ven con excelente isóptica”.

 

 

El destino lo llevó a ser presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968, puesto que en un principio le correspondía al ex presidente López Mateos, pero que, por motivos de salud, tuvo que cederle. Así colaboró en el diseño de la imagen gráfica de los juegos, entre los cuales estuvo el póster y el emblema.

 

Ramírez Vázquez tiene una visión muy modernistas de la arquitectura. Para él, se trata de una disciplina de servicio, en donde los espacios son fundamentales para que el hombre realice en ellos, de la mejor manera, una parte su vida; no nada más es para contemplarla, sino que se vive, se habita. Es una técnica entre cuyas responsabilidades también está la de crear belleza, pero esto no es lo más importante. “Claro que la belleza ayuda, pues además satisface necesidades del tipo humano, ¡y qué bueno cuando se conjugan lo útil y lo estético! Pero sacrificar una de ambas categorías, digamos el servicio que deben prestar los espacios por una preconcepción formal, no produce en el tiempo una buena arquitectura”, comentó en las charlas de la UAM.

 

Reconoce que, por ejemplo, se le ha dicho que la Basílica de Guadalupe (1974-1976) parece un estadio. Cuando esto sucede, él ha respondido que sí, que se trata de un estadio para rezar, para cumplir con la devoción de millares de personas. Cuenta en su libro Ramírez Vázquez en la arquitectura que 1971 fue una época en la que el despacho que tenía con Rafael Mijares atravesaba por una de esas etapas en las que no había trabajo, así que empezó a ir a la basílica para observar cómo se comportaba el público, cómo actuaba y qué le interesaba.

 

“La antigua basílica sólo tenía capacidad para mil gentes con visibilidad. ¿Qué ocurría cuando una peregrinación de 15 o 30 mil personas venían a la basílica? Imagínenlo ustedes, los peregrinos tenían que acampar una semana esperando poder cumplir con su propósito de orar o de ver la imagen de la virgen. Ahora, tiene una capacidad para diez mil fieles adentro (y treinta mil afuera) que pueden ver la imagen. Permanecen uno o dos días en México, lo cual resuelve un problema demográfico, porque ya no están una semana. El propósito es atender una devoción masiva, muy específica de la población católica mexicana. Sí. Es una carpa. Una carpa para rezar, una carpa para peregrinos. Moisés fue un peregrino, y los que van a la basílica son peregrinos”.

 

 

 

El arquitecto ha dicho que nunca le ha preocupado tener un estilo arquitectónico propio, pues, según él, esto lo limitaría mucho. ¿Cómo le haría para que se pareciera el Estadio Azteca a la Basílica de Guadalupe? Se pregunta y reconoce que Luis Barragán, por ejemplo, tuvo un sello distinguible y una obra más poética que la suya. Sin embargo, él no se imagina ese ambiente poético transferido a un estadio de futbol. Prefiere que sus obras se identifiquen por su destino.

 

Pedro Ramírez Vázquez tuvo la responsabilidad de la imagen oficial del país en uno de los mejores momentos. Durante el siglo xx demostró, a través de su trabajo, que México fue el primero de Latinoamérica que logró la transición a la modernidad: innovador de conceptos y técnicas, pero interesado en las raíces. Tampoco es coincidencia que los rincones de la ciudad con mayor capacidad de reunión hayan sido de su creación: la basílica con más de 20 millones de visitantes al año, o el Estadio Azteca, capaz de alojar a 110 000 personas durante un partido. Sin embargo, hay algo más, algo mágico en su talento. Así como los relatos de Marco Polo a Kublai Khan no tenían límite, tampoco lo tiene la historia del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. La diferencia es que ésta no es una ciudad invisible.

 

Este artículo fue publicado en nuestra edición impresa No. 8 Febrero – Marzo 2010


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